Ayer iba caminando
solo por el monte, y vi la primera hoja seca caer sobre el otoño. Cayó lentamente sobre un lecho de hierba
verde y pensé, ya llegó, llegó una nueva estación y con ella dejamos otra
atrás.
Puede ser
que para muchos no signifique nada, la simple caída de una hoja, pero para mí
lo fue todo. Me di cuenta de todo el tiempo perdido, como jamás volvería,
porque al igual que esa hoja caduca ya no volvería al árbol, yo tampoco lo
haría. Vale, sí, es cierto que el árbol volverá a teñirse de verde de nuevo,
pero nunca con la misma hoja.
Y así dibujé
mi vida. Un cúmulo de desgracias, donde el tiempo era el principal culpable de
las mismas. De repente, con un cuerpo joven sentí un alma vieja medio dormida
en mi interior, y pocas ganas de vivir. Te eche de menos, a ti, a ellos, pero sobre
todo me eche de menos a mí mismo, a mis sueños. El tiempo no perdona un error,
porque las heridas nunca se cierran del todo, siempre quedará una cicatriz que
nos acompañe y recuerde donde nos equivocamos al pisar, donde tropezamos.
Cuanto
tiempo pasó, en lo que me sentaba junto a la hoja caída del bosque y me
desangraba por dentro, mientras que por fuera sonreía, no lo sé. Mejor no
saberlo ya que en el fondo, de nuevo volvía a ser tiempo perdido. Y me dejé
morir, sin futuro, con un presente ausente y un pasado oscuro. No quise ver
más, no quise sentir más. Preferí caer, caer otra vez pero esta vez para no
levantarme pues, ¿Para qué?
Solo para volver a caer, y en tanto cayó la última hoja del árbol. Y un susurro de una voz que me llamaba, un tic tac que el sonido acompasaba, un viento gris y, finalmente, una mano fría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario