Todo comenzó como acabó, en la soledad de una fría cama ajena, donde algún día, tan bien acompañado me sentí.
Ella
era cariñosa, amable, llevaba consigo una sonrisa constante, que
provocaba la mía propia. Mi único anhelo, hacerla feliz. Llegué a verla
llorar, a veces, demasiadas pocas veces para todo lo que había vivido.
Por
su parte, no me vio más que llorar. No nos conocimos en el mejor
momento de mi vida, mas era lo mejor que tenía en aquel momento. Pelo
castaño y largo, ojos de miel y tez tan blanca... Era tan bella. No solo
eso, además sabía como hacerme sentir bien cuando nadie más podía.
Me
preguntaba como podía estar conmigo mientras ella, también atravesó
algún bajón. Me decía que no había tenido una vida fácil, a lo que yo
siempre respondía lo mismo, lo superaremos.
La firmeza
de su mano. Amaba andar bajo la lluvia agarrados por las calles de
Bilbao, o por los montes donde crecí. Ella odiaba la lluvia, pero que
importaba eso cuando yo era su paraguas.
La calidez de sus besos,
la suavidad de sus labios. Pero si algo me gustaba de su boca, eran sus
palabras, palabras de amor Siempre fue muy tímida para expresar sus
sentimientos, por eso valoré y siempre recordaré cada gesto que hacía a
mi corazón derretirse.
Aún la quiero, aún me quiere,
creo. Con todo, todo acabó. Probablemente por mi culpa, no se que hice
mal, quizás la valoré menos de lo que creo, debí escucharla cuando dijo
que algo iba mal.
El caso es que hoy, duermo en su
cama, pero ya no es mi cama como lo fue no hace tanto. Nos hemos
distanciado tanto, que muy cerca nos encontramos, pero ambos estamos
cansados así que, ambos nos limitamos a dormir.
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