I-La
casa en el bosque
El frío piano sonaba en la noche, y agitaba el aire. Los
árboles entusiasmados bailaban al compás de unas notas suaves. Cerca, alguien
cantaba, muy cerca. Pero no había nadie, tan solo el pianista refugiado en la
soledad de su casa de piedra.
Cerca de la chimenea, los
tintineantes pasos de un gato acompañaban la música. La sala únicamente
iluminada por la chimenea, aparecía con un aspecto trágico. La melodía removía
el bosque que rodeaba el lugar, y hasta los animales se acercaban a escuchar.
Unas manos suaves, delicadas de ébano rozaban cada tecla con gracia, como si no
hubiese otra cosa en el mundo.
Silencio. Esos ojos marrones se
abren y se alejan del piano, despacio. Las horas pasan a ser minutos, y los
minutos segundos cuando esa mujer, se mueve y se acerca hasta la puerta de su
habitación donde tras la luz que entra por la ventana se duerme poco a poco en
su cama. Las sábanas de lino blanco acarician su fino cuerpo mientras que su
mente viaja a un mundo, quizás no mejor pero no por ello peor.
El pardo gato se sube a la cama
cuando ella, ya duerme y la observa. La acaricia su cara, para después
acurrucarse a su cuerpo y dormir junto a ella mientras que un brazo
inconsciente lo abraza.
Entonces despierta. Aún es de noche
pero han pasado varias horas. Deja a su gata durmiendo en su cama se viste con
algo sencillo, unas botas un pantalón vaquero y una camisa azul. Antes de
salir, coge su pluma y su libro en blanco, y abandona su casa con paso firme.
El ambiente es frío, y la luz
prácticamente nula, pero aún así no tiene miedo, se siente segura y aunque
camina sin rumbo, cualquiera diría que sabe dónde va. No tropieza, ni ve más
que los ojos de criaturas extrañas que la observan mudas.
Apoya su mano en el costado de un
rugoso árbol, un sauce. Se sienta bajo su sombra y comienza a escribir, pero no
ve lo que escribe, ya que está demasiado oscuro y la luz de la luna no penetra
por las espesas ramas.
Algo le toca el hombro, pero no se
inquieta. No pesa mucho, pero aún así siente como sus patas se apoyan sin hacerle
daño.
-¿Qué haces
tan sola aquí?
El pequeño gorrión la habló. Sus colores rojos no parecían
muy naturales, y se distinguían perfectamente en la noche, cada matiz de este
pequeño ser que la miraba fijamente.
-¿No me
contestas?
II-
El batir de unas alas
-No puedo
contestarte.
-¿Por qué?
-Porque no
lo sé.
El pájaro se poso en una rama cercana, donde aún era visible.
Una sonrisa parecía dibujársele en el rostro, mas no era posible.
-Yo te diré
porque estás aquí. Estas buscándote a ti misma, en este inmenso bosque. Te he
oído tocar, yo y todo el bosque, y todos hemos llorado con cada nota.
- Desde mi
casa, pude oír levemente que alguien cantaba una melodía, erais vosotros.
-Ninguno de
los animales de este bosque cantó. Nadie reconoció esa voz.
La joven mujer acarició su castaño cabello y observó como el
pájaro se alejaba volando mientras que ella, se sentía inquieta por primera
vez. El sonido del batir de las alas del gorrión aún duro largo rato hasta que
se apagó silenciosamente.
III-La
manzana más inteligente del bosque
El bosque estaba revuelto. El viento
agitaba las hojas secas caídas mientras que bajo sus pies crujían suavemente.
Cerca, un manzano sostenía las que parecían ser las frutas más maravillosas de
la tierra.
De repente recordó el hambre que
tenía así que sus pasos la acercaron hasta aquellas dulces manzanas. Una vez
allí una cayó sobre su libro abierto y mientras escribía con la mano izquierda,
su mano derecha le dedicó unos momentos a rozar la piel de la manzana para
luego llevársela a los labios.
-Deliciosa
¿verdad?
-Así es.
Del árbol se suspendía una
serpiente, hermosa como pocas, con un color verde intenso y matices negros en
el costado de su largo lomo.
-Ciertamente
es la mejor fruta que vas a probar.
-¿Qué es lo
que quieres?
-Solo decirte
que el pájaro te mintió, que no te fíes de todos los animales de este lugar.
-Por qué
entonces fiarme de ti.
-No tengo
motivos para mentirte. De mi árbol muerdes la fruta más bella que yo jamás
podré probar. Te he dado lo mejor de mí, y ahora te transmito lo que se algo
que ese pájaro no hizo.
-Escucharé
lo que tengas que decirme.
La serpiente
descendió del árbol, y se arrastró por el suelo hasta sus pies. Allí se irguió
alcanzando casi la altura de la joven.
-Eres lista,
pero inocente. Aun conociendo la mala fama que tengo, comes de mi fruta y
escuchas mis palabras. Debes tener más cuidado, porque a veces lo que parece
bueno quema, y lo malo cura heridas. Bien esto es lo que sé. No te fíes de los
seres que vuelan, son mentirosos. Aquellos que nos arrastramos por la tierra no
mentimos, pero no decimos toda la verdad. Los animales acuáticos son los menos
inteligentes aunque esconden los mayores secretos bajo sus aguas y los que
andan sobre cuatro patas, nobles pero orgullosos, tampoco te fíes de ellos.
Tras esto siseando la serpiente
desapareció en las sombras dibujando unas últimas palabras en el aire.
-Recuerda
que yo no te lo he dicho todo, aunque todo se, pero hay cosas que es mejor no
saber. A pesar de todo quieres saber más acude al lago hacia el oeste
orientado.
IV-
Lo que esconden las aguas
La luz comenzaba a filtrarse entre los árboles cada vez menos
espesos según se acercaba al lago. La pluma en su mano izquierda y el libro
abierto en la otra mientras caminaba.
La serpiente no le había hablado de quien era la voz que
sonaba todavía en su mente y el pájaro no había oído. Aunque supuestamente, el
pájaro la había mentido y sabía quién era el que cantaba.
Llegó al lago donde la luna estaba reflejada. Se acercó para
beber cuando le pareció que el reflejo de algo desde el fondo brillaba
intensamente. Tropezó y cayó al agua donde se sumergió inconscientemente hasta
el fondo. Y allí aquello que brillaba no era más que una perla, la perla más
bella que jamás vio.
Decidió recogerla y subió a la superficie.
-¿por qué te
llevas mi único tesoro?
Una ninfa, el ser más bello de
cuantos se ocultan bajo las cristalinas aguas emergió hasta la superficie. Sus
ojos azules se clavaron desde la distancia en ella.
-Lo siento,
no sabía que fuera tuyo. Me caí y lo encontré en el fondo no era mi intención
robarlo.
-Está bien,
devuélvelo y te perdonaré esa osadía.
-Antes
contéstame a unas preguntas, ¿Sabes quién cantaba la melodía de mi piano?
-Está bien,
pero acepto solo porque tu música alimenta mi alma y la de mis peces, que en el
fondo descansan inconscientes. Desde mi lago no pude ver, tan solo oír. Por
tanto no vi el rostro de aquella mujer.
-¡Así que
era una mujer!
-Me
sorprende que no supieras eso, pero sí así es. Ahora toma, no olvides tu pluma
y tú libro que se te habían caído, y devuélveme mi perla.
Y así lo
hizo. Al contacto con sus húmedos dedos la sílfide se evaporó dejándola sola
con sus pertenencias, que volvían a estar secas y para nada estropeadas.
V-
El rey del bosque.
Una mujer… la que cantaba era otra mujer.
Con esa idea abandonó el lago
caminando sin rumbo cierto hacia la zona más profunda del bosque. Se sentó en
un claro iluminado por las estrellas y abrió su libro. Sin saber cuánto tiempo
pasó estuvo allí tumbada, a solas con su pluma. Cuando el sonido del galopar le
sobresaltó, y una voz profunda y grave la llamó desde cerca.
-Estás sobre
mi lecho.
-Perdona no
lo sabía.
El más orgulloso de los animales, el
ciervo con la cornamenta de plata estaba junto a ella, imponente y sus cuernos
prácticamente alcanzaban la altura de la cabeza de ella.
-Márchate
antes de que me sobresalte.
-Espera,
¿Puedo preguntarte algo?
-Tus
canciones hacen que pueda dormir por la noche, pero sigues siendo un ser
inferior. Tienes mi respeto por ello, pero nada más. Márchate.
-La
serpiente ya me dijo que no me fiase de ti.
-La
serpiente, envidia a todos los seres de este bosque por estar condenada a
arrastrarse mientras que nosotros corremos por donde queremos.
-Tal vez sea
cierto, pero vosotros envidiáis su inteligencia, por eso la repudiáis y no la
habéis aceptado, igual que a mí no me aceptáis.
-¿De verdad
te crees más inteligente que nosotros? Que equivocada estás. Los humanos sois
unos prepotentes, siempre considerándoos mejores que nosotros pero no es así.
-Si fueras
tan listo, me dirías quien era la mujer que cantaba.
-Tú deberías
saberlo mejor que nadie. Quizás debas volver a tu casa, necesito de tus notas
para dormir.
VI-
Las cosas que no se de mí.
Y las notas sonaron, y el sonido venía desde cerca. El ciervo
me miró y asintió con la cabeza. Recogí lo que estaba escribiendo y me apresuré
a llegar rápidamente a mi casa.
En la distancia desde el lago la
ninfa escuchaba en silencio mientras sus peces dormían, los pájaros se
acercaban a escuchar y el ciervo cerraba los ojos. La serpiente miraba a la
luna, como ausente.
Abrió la puerta de la casa y se
apresuró a subir las escaleras cuando desde fuera, muy cerca escucho la misma
voz, y volvió a salir. La siguió en la noche, hasta que se topo con aquella
muchacha que cantaba de espaldas. Se acercó y apoyo la mano en su hombro.
Era ella. Como mirarse en un espejo
se encontró observando sus propios ojos sus propios labios, que eran los que
cantaban.
-¿Cómo es
posible?
No podía entenderlo, desde la
ventana la música del piano seguía sonando pero ella ya no cantaba. La chica
idéntica a ella habló:
-Lo
entiendes ya. Llevas buscando un canto que no era más que tu propio canto. Te
buscabas a ti misma, en la noche, y ahora que te encuentras, quizás, no puedas
aceptarlo.
-¿quién toca
el piano ahora?
-Esa es la
única pregunta que tienes, después de encontrarte contigo misma, que curioso.
Quizás deberías comprobarlo tú misma.
Aquella mujer, se alejó en la noche
dejándola de nuevo sola por lo que inquieta subió en busca de las respuestas
que le faltaban.
VII-
El piano
Ahora sí subió las escaleras corriendo, y llegó al piano. La
música no se detenía, y de hecho era la misma melodía que ella tocó horas
antes.
Desde la puerta de aquella sala
iluminada por la chimenea puedo observar su piano. Allí, en la soledad de aquel
cuarto, no había nadie. Tan solo la música y ella. Cada nota, era una parte de
ella, incosciente y se sintió llena. Alguien volvía a cantar, ella cantaba y
sonaba feliz, tan feliz que todos los animales volvían a dormir.
En su cama ajeno a todo, su gato
seguía durmiendo y decidió acostarse de nuevo.
El sol salía por las colinas. Los
primeros rayos de sol acariciaron su rostro. Mas sus ojos no se le abrieron,
dormía plácidamente para siempre. De su mano colgaba el libro que el gato pardo
recogió, y de un grácil salto salió por la ventana, se subió a un árbol y lo
dejó caer sobre unas manos de ébano.
El gato desapareció y los pies de
aquella persona se orientaron hacia el horizonte, mientras colgada de su brazo
una serpiente la acompañaba.
Su canto hacía florecer hasta el último rincón.
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